Vivimos en la era de la tecnología, de la globalización, de la creación e innovación continuas. Vivimos rápido, impacientes, donde parece que todo está inventado y, sin embargo, no dejan de asaltarnos las novedades. Aceptamos los cambios en diferentes ámbitos: el medio ambiente, las redes sociales, la forma de comunicarnos, de vestir, de comer… Pero, ¿qué pasa con la salud? ¿Por qué se da por hecho que no va a mutar y adaptarse a los nuevos tiempos?
Hay quien, al oír hablar del término salud global, piensa en los médicos que cruzan lejanas fronteras para tratar el ébola, se imaginan vacunas cargadas en aviones humanitarios para salvar vidas en países pobres y remotos, o visualizan a esos personajes famosos y asociaciones sin ánimo de lucro alimentando a cientos de niños hambrientos.
Yo me he dedicado a este campo durante gran parte de mi carrera y conozco bien su auténtico significado. Sé también que su variabilidad será palpable en la próxima década y que, en los años venideros, seguirá cambiando hasta ser completamente diferente a lo que entendemos hoy en día. La salud global, en pocos años, irá más allá de los hospitales, de las medicinas, terapias, rehabilitación… Y radicará en el centro de la sociedad, en los hábitos y costumbres, en la información y marketing con los que somos bombardeados día a día, en todo lo que nos afecta habitualmente y parece pasar desapercibido porque se ha aceptado socialmente sin cuestionamientos.
Hablamos del origen y calidad de los alimentos que consumimos, del aire que respiramos, el agua que bebemos, del humo que ha dejado de inundar nuestros pulmones. La salud no gira en torno a la medicina, sino que está y estará en todo lo que hacemos y lo que nos rodea, y la forma de relacionarnos con ello. No se trata de una moda pasajera, sino que, con el tiempo, todas las empresas, gobiernos y sociedades deberán abrazar estos nuevos conceptos de salud pública si quieren no solo adaptarse a las nuevas necesidades, sino cosechar mejoras y subsistir con éxito. Se trata de un enfoque de mayor amplitud que reportará incontables beneficios en diversos ámbitos de la vida.
Las personas pueden vivir más, pero también mejor y con un rendimiento más productivo y provechoso. El problema está, como de costumbre, en que solemos dar por sentado cosas de suma trascendencia. Nos confiamos, nos acostumbramos a su presencia, a pensar que no faltarán nunca, sin valorar su grandísima importancia y repercusión en nuestro día a día. El agua limpia de un grifo (un lujo para muchos países subdesarrollados), las etiquetas nutricionales en las bolsas de alimentos, sobre todo en la información de los productos procesados, las regulaciones para liberar los espacios públicos de humo y tabaco, las señales viales que regulan espacios concurridos y zonas peligrosas, las limitaciones para controlar la contaminación acústica… Todo ello forma un entramado invisible de protecciones que, sin saberlo, nos ayuda a llevar una vida más saludable, larga y confortable.
Lo que antes eran consideradas enfermedades propias de la riqueza, tales como el cáncer, la diabetes o los males pulmonares y cardíacos, plagan el globo sin distinción entre norte o sur.
Buena prueba de esto, es el hecho de que, lo que antes eran consideradas enfermedades propias de la riqueza, tales como el cáncer, la diabetes o los males pulmonares y cardíacos, plagan el globo sin distinción entre norte o sur, poblaciones desarrolladas o subdesarrolladas. ¿Cuál creemos que puede ser la explicación? Esto no implica que otras enfermedades más reguladas en Occidente, como la malaria, el VIH, el hambre o la mortalidad materna e infantil, hayan sido superadas. Es decir, viejos y nuevos problemas de salud conviven, cebándose con aquellos rincones más desfavorecidos.
No nos damos cuenta que las enfermedades no transmisibles (ENT), silenciosas y casi imperceptibles, pueden llegar a estar completamente fuera de control. En países europeos y en Estados Unidos, ciertas de estas enfermedades son toda una pandemia que afecta a la mayor parte de la población: obesidad, cáncer, problemas respiratorios… A nivel mundial, suponen el 71% de las muertes, casi todas prematuras y prevenibles. ¿Dónde puede darse esta prevención? No será en clínicas ni hospitales, pues es algo que debe entretejerse en la vida cotidiana, en los hábitos y costumbres diarios.
Cada año, 15 millones de personas entre los 30 y los 69 años de edad mueren a causa de una ENT, y más del 85% de estas muertes ocurren en países de bajos y medianos ingresos. La década pasada dio forma a este desafío que propició la búsqueda de un consenso global para abordarlo, comenzando con la primera reunión de alto nivel de las Naciones Unidas sobre enfermedades no transmisibles en el año 2011 de nuevo en 2015 y el último en 2019. ¿Qué sencillas medidas pueden implicar un cambio radical?
Países como México ya están mostrando el camino a través de la imposición de impuestos sobre las bebidas azucaradas. Otras 40 naciones se han sumado a la iniciativa que ha logrado reducir considerablemente el consumo de dichos productos. Al mismo tiempo, decenas de países restringen la comercialización de tabaco, alcohol o comida chatarra. Chile ha empoderado a los consumidores mediante etiquetas claras en los paquetes de alimentos. Brasil está prohibiendo las grasas trans tóxicas en los alimentos y Nigeria está mejorando el tratamiento de la hipertensión.
En Filipinas, por ejemplo, se ha implantado un impuesto sobre los cigarrillos y el alcohol que está financiando lagunas en la cobertura de la salud universal del país.
Entramos en 2020 energizados por estos ejemplos, sabiendo que todas las metas deben abordarse de forma multisectorial, haciendo partícipes a los ministerios de finanzas, comercio, educación y justicia del gobierno hasta los socios corporativos y la sociedad civil. Ya no basta con un enfoque restringido únicamente al sector salud.
En los próximos años toca actuar, convertir en realidad los objetivos, reinventar los hábitos y los lugares donde vivimos, trabajamos y disfrutamos del ocio. Debemos pensar en diseños de ciudades inteligentes, cadenas de alimentos reinventadas, normas sociales de apoyo y gobiernos comprometidos. La idea es que la elección saludable sea siempre la opción fácil.