José Luis Castro (Camagüey, Cuba, 1966) compara la gestión de la salud pública con la revisión de un avión antes de despegar. “Todos confiamos que cada técnico ha hecho su trabajo para que el vuelo sea seguro”. Lo mismo debe suceder, según su símil, con las autoridades municipales encargadas de garantizar que el aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que ingerimos son saludables. Y, solo respaldados por la evidencia científica, la población se fiará de que sus representantes toman medidas para reducir la contaminación, el tabaquismo o la comida basura para proteger su bienestar, y evitar que enfermen y mueran de dolencias respiratorias o cardiovasculares. Sin embargo, los gestores urbanos se encuentran, a menudo, con la oposición de sus propios ciudadanos, luchan contra la desinformación y se topan con las millonarias maquinarias de las industrias tabacalera y alimentaria.
Vital Strategies, la organización sin ánimo de lucro que Castro fundó y preside desde 2004, apoya a los gobiernos, especialmente del Sur Global, a generar y emplear la evidencia científica en la prevención de las enfermedades no infecciosas como el cáncer, las cardiopatías o la obesidad, atacando a los factores que contribuyen a ellas. Una labor que desarrolla, entre otros, con el programa Cities4Health (ciudades saludables), financiado íntegramente por Bloomberg Philantropies y apoyado por la Organización Mundial de la Salud, y que ha reunido por primera vez en Londres a una amplia representación de las 70 urbes miembro, para compartir experiencias en su compromiso de asegurar entornos urbanos saludables.
Castro ha acudido a cita, cerrada casi por completo a la prensa, y atiende esta entrevista en español. “Hay evidencia científica de que fumar, el alto consumo de sal, de grasas saturadas o bebidas azucaradas, son factores de riesgo para la salud. La contaminación ambiental causa ocho millones de muertes al año. Cada día disponemos de más pruebas irrefutables”. Pero los datos no son suficientes, razona, se tienen que traducir en políticas públicas preventivas y transmitirlas de forma comprensible para “las masas”.
Pregunta. La covid-19 ha acaparado los esfuerzos sanitarios globales en los últimos tres años, ¿cómo atraer la atención de nuevo hacia las enfermedades no transmisibles como el cáncer o la hipertensión?
Respuesta. El problema de las enfermedades no transmisibles es enorme, causan la muerte de 41 millones de personas, es una nación entera que desaparece todos los años. Y lo más lamentable es que la mayoría se pueden prevenir con medidas que están a nuestro alcance.
P. ¿Por qué librar la batalla contra estas enfermedades en las ciudades?
R. La gran mayoría de la población vive en ciudades, y la población urbana continuará creciendo. También, porque el gobierno local está más cerca de los ciudadanos, tanto para ver lo que les afecta como para actuar e implementar políticas u ordenanzas que ayuden a combatir la venta de comidas o productos nocivos para la salud. Y pueden establecer regulaciones para reducir la contaminación del aire.
El acceso a productos y comidas nocivos para la salud, así como las campañas de publicidad para promover la comida chatarra, los cigarrillos o el alcohol, no se regulan bien en los países con bajos ingresos
P. ¿Por qué las enfermedades no transmisibles afectan y matan más a la población del Sur Global?
R. El acceso a productos y alimentos nocivos para la salud, así como las campañas de publicidad para promover la comida chatarra, los cigarrillos o el alcohol, no se regulan bien en los países con bajos ingresos, donde la avaricia y los intereses comerciales tienen mucho poder para vender esos productos. Recuerdo en la India, donde trabajé mucho tiempo, que en una aldea pequeña en la que no había agua potable de confianza, caminabas por una calle y, a un lado, se anunciaba en grandes carteles Coca Cola bien fría y, en el otro, Pepsi Cola. A 47 grados y sin agua, ¿dónde va uno, un visitante o una persona que vive ahí, a tomar una bebida para refrescarse? Se podría llevar, vender y promover agua embotellada, o tener distribuidores de agua filtrada segura, que costaría menos que un refresco azucarado a los vecinos y es más saludable. Pero cuando, día tras día, uno es bombardeado por esos anuncios, cree que lo único que existe en el mundo para refrescarse es una Cola-Cola.
P. ¿Es en estos países donde se debe librar la batalla contra los lobbies tabacalero y de alimentación?.
R. Exactamente. Con el crecimiento de población, ahí existen los mercados. Y se utiliza la mercadotecnia para promover estos productos sin la regulación que permitiría también educar a la población sobre sus efectos nocivos en la salud.
P. ¿Cuál es el beneficio para las ciudades de invertir en iniciativas para atajar las enfermedades no transmisibles?
R. Hay un estudio del Banco Mundial que dice que por cada dólar que se invierte en prevención, se ahorran 16 en futuros tratamiento. Las personas fumadoras que van a enfermar y a desarrollar cáncer necesitarán más cuidados y costarán más al sistema sanitario y a su propia familia, en términos de pérdida de ahorros y de trabajo. Lo mismo pasa con la obesidad, que causa problemas cardiovasculares.
Las enfermedades crónicas cuestan a cada país una cantidad muy importante, aunque ahora no parezcan urgentes
P. ¿Cómo convencerles de que estas enfermedades son una prioridad cuando están lidiando con el VIH, malaria o la tuberculosis?
R. La prevención, aunque es menos costosa, la ven menos atractiva. Por eso es importante tener buenos datos sobre la incidencia de las enfermedades. En Vital Strategies ayudamos a los países a desarrollar la capacidad estadística para conocer qué dolencias afectan más a la población, ciudad por ciudad, para que el gobierno pueda decidir cuál es prioritaria abordar. Aunque las enfermedades crónicas no parezcan urgentes ahora, a largo plazo van a suponer un coste enorme.
P. Los alcaldes que toman medidas preventivas se encuentran a menudo con la oposición de la propia de la población. ¿Qué falla?
R. Es necesario educar a la población sobre las enfermedades, cómo se desarrollan y cómo se pueden controlar. Y escuchar sus inquietudes. Recuerdo que, cuando comenzó la campaña contra el tabaquismo, había mucha intranquilidad sobre cómo iba a afectar a los restaurantes. Se decía que la gente iba a dejar de ir, sin embargo, después vieron que, al no haber humo, hubo un aumento de clientes que además estaban más tiempo en los establecimientos.
P. ¿Es necesario avivar el temor hacia las enfermedades crónicas?
R. Hay temor, pero no es inmediato. Las personas piensan que no es algo urgente. Hemos aprendido a comunicar, pero todavía tenemos mucho por hacer. Como vimos durante la pandemia, la desinformación existe, es peligrosa y es difícil de combatir. Quienes trabajamos en salud pública tenemos que estar siempre a la vanguardia de cómo comunicar al público rápidamente la información correcta.
P. La desinformación proviene en gran medida de grandes lobbies tabacaleros y alimentarios.
R. Exactamente. Es como escalar una montaña muy alta. Nos enfrentamos a una industria que tiene un presupuesto inmenso, con mejores herramientas para comprar espacio en televisión, para publicar anuncios y llegar a cualquier lugar. Tenemos que ser muy estratégicos en cómo llevamos nuestro mensaje a la población de manera efectiva.
P. ¿Cuál es la noticia falsa más extraña que recuerda respecto de las enfermedades no transmisibles?
R. Que las campañas para reducir el consumo de productos que nos dan placer, como las bebidas azucaradas o el tabaco, son un complot del gobierno para deprimirnos, que empiezan por limitar los refrescos azucarados o comernos una buena hamburguesa con patatas fritas, y después van a decir que tenemos que beber agua y comer solamente espárragos [ríe]. Eso es lo más extraño que he escuchado: que los gobiernos tienen un plan oscuro para quitarnos la libertad de comer o beber lo que queramos. Y es terrible porque hay personas que lo creen.
P. Como si hubiera que elegir entre salud y libertad.
R. Exactamente. Y es falso.